Es decir, mientras los personajes de Conrad se articulan como expresiones que parecen llevadas por una fuerza sobrenatural cuya capacidad para el más elemental libre albedrío es baja, los de Alan Moore, meditan, sufren y son conscientes de sí mismos, sin caer del todo en una visión polar del universo. Desde ahí, toda una contradicción en el seno del comic, pues se trata de supuestas marionetas que luchan en una batalla por el bien contra el mal.
No obstante, no de detiene allí. Como el excelente artesano que es, les confecciona toda una personalidad, digna de ser memorable.
Esa cosita que tienes dentro…
Uno de los momentos más deficientes de la cinta, cuando se aprecia que dirección tendrá, es durante la entrevista con el psiquiatra.
En esta escena se ve de la niñez de Rorschach uno de sus primeros brotes explícitos de violencia. Sin embargo, ampliamente matizado respecto al original, ya que pese a tratarse de un recuento personal, encubierto en mentiras durante una prueba proyectiva, el niño de la cinta es una verdadera bestia que disfruta su salvajismo, cuando en el comic no fue así.
Se entiende la génesis del personaje a partir de sus recuerdos, aunque no todos surgen a lo largo de una sola entrevista ni están encadenados unos a otros. De hecho, se trata de más de un encuentro entre el psiquiatra y Rorschach, quien al ser recluido en la cárcel, transita gradualmente de “interno incomprendido ante sus esfuerzos por la justicia”, hacia “psicópata maltrecho con aspiraciones de justiciero” ante los ojos del lector.
Vaya, la intención de este tratamiento, puesto que gracias a Rorschach el público se conduce a lo largo de la narración, es romper la empatía inicial entre un supuesto representante del orden y una razón bastante plausible para entender el funcionamiento de los llamados vigilantes, quienes ocultan tras sus intenciones de bondad la necesidad de restaurar externamente orden y equilibrio de los que carecen a nivel interno.
Es más, Moore, con lujo de cinismo y talento, critica simultánemente a más de un representante del orden y la normalidad: policía, instituciones médicas y los superhéroes.
La película se limita a cerrar todos los episodios entre Rorschach y el psiquiatra en una misma entrevista, apresurada, sin medias tintas ni profundidad.
Incluso, origen y razón de ser del personaje tienen un lugar aparte en la historia del comic.
Quién sabe si por consulta a fuentes especializadas o genio destilado en estado puro, pero la descripión que hace Rorschach en nueve cuadros acerca de cómo asumió su identidad es psicología pura.
Empieza en el rechazo a la figura materna, una prosituta arrepentida de haber omitido el aborto para que naciera Walter Kovacs, subrayado frente a él desde la niñez. La reaparición del objeto transicional que suelen ser aquellas piezas con que los niños juegan desde pequeños para manejar la separación de la madre; la ausencia de matices en el juicio, según un esquema psíquico rígido; carencia de representaciones que indiquen la existencia de una instancia de orden en la cual ampararse o que sirva como modelo, así como la fase del espejo apuntalada hacia el descubrimiento de la propia identidad, encubierta por todas las referencias maternas, mediante una licencia poética que cambia el horror de un Norman Bates, totalmente absorbido por la figura de su madre, en un Rorschach jugando al superhéroe.
Sencillamente, genial. Y no está en la película. Por si eso fuera poco, Moore se las arregla para que la, ya de por sí endeble, estructura psíquica de Kovacs dé luz al sabueso en que se convertirá, pero insertándole un quiebre psicótico definitivo.
Como notarán aquellos que asistieron a la proyección, hay más sangre y toques mórbidos respecto a los propuestos por el comic, francamente innecesarios.
El contraste entre la propuesta original y la cinta es de un grotesco barato e insufrible que no alcanza descripción.
Simplemente para ilustrar las dimensiones del ya mencionado quiebre, basta referirse a uno famoso en la vida real, recreado en la cinta Claroscuro ( Shine, Scott Hicks, 1996).
El término refiere aquél momento en que una estructura psíquica alcanza su límite y se desmorona, para dejar en su lugar a un individuo que a duras penas puede ser llamado sujeto social. Dependiendo de la naturaleza y rasgos de quien lo experimenta, consecuencias y manifestaciones varían como decir desde el Sol hasta Plutón.
Pero, a la vez, ya que el contexto es un examen y confrontación de toda suerte de inocencias, el psiquiatra, tras verse en una posición privilegiada, pasa a tercer plano, humillado y vulnerado por Rorschach, entre una serie de verdades que lo aplastan del todo.
De nueva cuenta, no está en la película. En su lugar queda otro grotesco en que Rorschach pide a gritos le devuelva su máscara. Irónicamente y para subrayar la ausencia —quién sabe ya si deliberada, de una sensibilidad a propósito de los procesos en juego—, esta interpretación del personaje, en lugar de mantener su independencia declarada, sigue supeditado al médico.
En la medida que al anglosajón promedio no se le da muy a menudo reflexionar acerca de la conciencia, pero sí recurrir a la farmacia para solucionar problemas, pasa lo mismo con Laurie, quien de ser una especie de adolescente histérica de más de 30 años, cuando descubre el origen de su historia personal por mérito propio, atravesando las mentiras y secretos de su madre, queda en pie una mujer dueña de sí misma, de su vida y hasta de su futuro.
En la película, no. No es capaz de eso, tiene que intervenir el Dr. Manhattan para que consiga ver su realidad personal. En el sentido más humanista de la expresión, la reduce a una verdadera imbécil y marioneta de todos cuantos la rodean. Jamás logra convertirse en el personaje que realmente es: el catalizador universal de la narración.
Ya aquí, realmente pesa ver tan perdida semejante obra.
Para matar un dragón, se necesita otro dragón
Si bien es cierta la importancia de Watchmen, así como las innovaciones narrativas de Alan Moore, ocurrió hace más de dos décadas. El tono de la obra es oscuro, pesimista y poco o nada esperanzador.
La sola empresa de proponer un ejercicio que pudo quedarse en mero capricho de estilo, para volverse piedra angular de las narraciones del comic, es un ejemplo prácticamente imposible de seguir.
El pasado es bueno que se quede allí; que sirva para construir y edificar, para crear referencias y transformar el futuro. Pero cuando la edificación alcanza proporciones magnas, vivir bajo la sombra tampoco es alentador. La mera existencia de un ejemplo de semejante magnitud invita a la más abrumadora humildad o la desmedida ambición de algo superior, mil veces mejor o igual de bueno.
Afortunadamente, Alan Moore logró más que posarse en un pedestal inalcanzable, fundó escuela. De hecho, uno de los más brillantes escritores después de él, prácticamente igual de genial es Grant Morrison.
Crítico abierto de Watchmen, aunque da reconocimiento al cuerpo total de la obra de Moore, Morrison es prácticamente lo opuesto de Moore en más de un sentido.
Allí donde Moore es nostálgico y reflexivo, Morrison se muestra descarado y absurdo. Virulento, irreverente, anárquico, nihilista, también es inglés y no menos respetado que Moore.
El título que hasta la fecha representa a Morrison es la demencial serie The Invisibles.
En esta, un grupo de vigilantes que combinan magia, ciencia y fenómenos paranormales, se encuentran a cargo de la realidad no como la percibe el ser humano, sino desde una capa superior, el blanco de un grupo extraterrestre/extradimensional que pretende acabar con los humanos.
Viajando por tiempo, espacio y dimensiones paralelas, Los Invisibles revelaron el carácter delirante de un nuevo tipo de comic, no menos extremo que el propuesto por Moore, incluso más anclado en la actualidad.
Baste decir que de las entregas y estilo presentes en este comic, Grant Morrison hizo proceder una demanda contra los hermanos Wachowsky, ya que más de un diálogo y situaciones, tal y como aparecen en The Matrix, es idéntico a los escritos por Morrison. Pero la demanda resultó improcedente porque el contexto de cada relato era distinto, aunque poco faltó para que los Wachowsky entregaran su fortuna a Morrison.
Este personaje, quien además de impresionantemente prolífico ha derramado litros y litros de tinta con críticas casi todas a su favor, no ha dejado de innovar el campo del comic con nuevas propuestas.
Además de haber escrito y dirigido la reciente Final Crisis de DC Comics, se dice que planea reescribir Watchmen a partir de los personajes originales de Charlton comics: Blue Beetle (Escarabajo azul)/Búho Nocturno, Captain Atom (Capitán átomo)/Dr. Manhattan, Nightshade (Sombra nocturna)/Espectro de seda y The Question (La pregunta)/Rorschach, en un nuevo tratamiento que dista en todo de la famosa deconstrucción elaborada por Moore.
Así, sólo queda poner, no un ladrillo más sobre una tumba vieja, sino rosas frente a un arte complicado que no alcanzó a ser una nueva The Dark Knight por abierta miopía.